MiŽrcoles, 14 de Septiembre de 2011 05:46
Escrito por Rodolfo Chaves Cordero (Defensor pœblico)
Los soci—logos han dado en llamar anomia a la
incapacidad de la estructura
social de proveer a ciertos individuos las herramientas necesarias
para lograr las metas de la sociedad.
Flynn (2006) se–ala que las posibilidades de Žxito
de una persona dependen de una verdadera inclusi—n social en donde se den estos
tres componentes: ÒRelaciones y paternidad (crianza formativa). Conexiones
fuertes con uno o m‡s padres efectivos, formaci—n de calidad (provee
afecto, reglas, monitoreo, expectaciones, socializaci—n), lazos con otros
adultos pro sociales (red de parientes, tutores, maestros, ancianos).
Diferencias individuales. Habilidades de
autorregulaci—n (autocontrol de la atenci—n, emociones, impulsos).Visi—n de s’
mismo y de sus capacidades positiva (autoeficacia y autovalor). Perspectiva de
la vida positiva (creencias de que la vida tiene significado, fe y
esperanza).Cualidades de atracci—n (sociales, acadŽmicas, deportivas,
personalidad carism‡tica, talentos).
Entorno comunitario. Escuelas efectivas,
oportunidades para desarrollar habilidades y talentos valiosos, comunidad de
calidad (seguridad, supervisi—n colectiva, organizaciones positivas, conexiones
con organizaciones pro sociales (clubs, grupos religiosos)Ó.
Sin embargo, cuando la familia, la escuela y la
comunidad fallan en su obligaci—n de brindar este entorno a los j—venes
para enfrentar el futuro con Žxito y, al contrario, se les margina,
excluye y etiqueta como un problema social, pierden la esperanza de un mejor
ma–ana y con ello su sentido de pertenencia a la sociedad (anomia
asilente), creando su propia estructura social, misma que funciona como
receptora de aquellos que s—lo ah’ encuentran aceptaci—n, arraigo e inclusi—n; la
pandilla se convierte en su familia y los lazos con ellas superan en mucho
el normal sentido de identificaci—n social, hecho que en muchos casos resulta
suficiente para involucrarse en actividades delictivas en aras de mantener su
fidelidad al grupo; la sociedad que los abandon— es sentida como un traidor y,
por lo tanto, no hay empat’a con ella.
En el nivel de delincuencia juvenil, esta
marginalizaci—n y exclusi—n trae consigo, como se dijo, la aparici—n de
fen—menos grupales que actœan paralelos y antagonistas con la sociedad,
afectando la tranquilidad de la poblaci—n: Las pandillas, maras, etc.,
dedicados a la comisi—n de delitos presentan un reto en el nivel policial,
f—rmulas como la mano dura, superdura, etc., demostraron su ineficacia, a la
vez que pusieron en evidencia la ubicaci—n de los marginados como los enemigos
de la sociedad.
Nos negamos a aceptar que son ni–os llenos de
carencias buscando su lugar en la sociedad, carencias que la sociedad ha
propiciado, pues se les excluye de la educaci—n, de la cultura, de la sana
diversi—n, del mundo laboral justo, se les etiqueta y margina; ante la comisi—n
de un delito se pretende juzgarlos como adultos porque ya no los
consideramos ni–os, son un problema que pretendemos resolver con el uso del
poder coercitivo del Estado, utilizando el derecho penal como el œnico
mecanismo de control viable; se les cobra el abandono que contribuimos a
crear, negando cualquier corresponsabilidad con sus acciones negativas,
pretendiendo apartarlos de la sociedad sumiŽndolos en una c‡rcel.
La prevenci—n, en donde participe efectivamente la
familia, la escuela y la comunidad, es la œnica forma viable de reducir la
delincuencia y la inseguridad ciudadana; esta prevenci—n debe ser positiva, es
decir, destinada a brindar oportunidades de superaci—n a todos los adolescentes
por igual y no dirigida a que no contradigan la norma penal, evitar entrar a un
barrio marginal etiquetando a todos como posibles delincuentes a quienes se les
tiende la mano para que no caigan en prisi—n. La inclusi—n social se merece por
el s—lo hecho de ser personas con derecho a un futuro mejor, no es un regalo,
es una obligaci—n.